8.5.06

Ariòn


Después de Orfeo, hijo de la musa, el cantante mas famoso de la antigua Grecia fue Arión, que vivió con su mecenas mucho tiempo, el sabio Periandro, rey de Corinto. Pero Arión decidió enseñar su destreza por otras tierras, y por mucho que Periandro le rogó para que se quedara en Corinto, navegó para participar en un gran certamen musical en Sicilia.
Arión ganó allí muchos premios y regalos tan ricos que formaron un tesoro de oro y plata, pero tenía que regresar a Corinto, ya que de allí solo su arpa había traído, y pensaba agasajar a Periandro. Para volver confió en los paisanos de Periandro, ya que se fiaba más de ellos que de los extranjeros. Pero los marineros eran codiciosos y la visión del oro los transformó en piratas.
Todos iban bien en el barco, y Arión pensó que estaría a salvo de las olas tormentosas. El tiempo de Alcione y las brisas gentiles les llevaron al punto más al sur de Grecia, cuando de repente aquellos malvados hombres se quitaron la careta de bondad. Con las espadas en la mano cayeron sobre su pasajero y le pidieron todas sus posesiones.
“¡Tomad mi oro, pero perdonad mi vida, ya que nada os he hecho!, les rogó Aristón.
“Y ya no podríamos estar seguros nunca, mientras esta historia pudiese llegar a oídos de Periandro” fue su respuesta. Así que ofrecieron a Arión elegir su muerte: o bien suicidarse, y que ellos lo enterrasen en la orilla, o bien que le tiraran por la borda sin mas.
Toda promesa y súplica resultó inútil, así que pidió una última gracia, que le permitieran engalanarse con sus ropas más caras y cantar con su arpa sus más dulces canciones; entonces se tiraría al mar y les ahorraría el sentimiento de culpa. Accedieron los toscos marineros a escuchar los compases de tan célebre músico, que tanta riqueza había ganado con su música y que ahora pasaría a ser suya.
Así pues Arión se vistió de púrpura y perfumó su pelo, y se puso como tocado una corona triunfal que estaba entre sus premios. Engalanado de esta manera se quedó en la popa para cantar su canción mortal. Los poetas decían que cuando cantaba en el bosque y en el campo, el cordero y el lobo, la liebre y los perros, el ciervo y el león permanecían juntos escuchando, mientras en lo alto lo hacían la paloma y el halcón. Ahora, tan dulcemente su arpa dorada resonó sobre el mar que, no sólo esos hombres medio se conmovieron por la pena, si no también un banco de delfines que rodeaba el barco, atraídos por la música. Cuando terminó echó una última mirada al brillante cielo; con el arpa en la mano, Arión se arrojó al mar.
Los piratas llegaron a la Hélade, contentos de haberse desecho de él, pero Arión no se había ahogado bajo las aguas. Se cogió a la espalda de un delfín, que le llevo sano y seco al mar de Tenaro, el puerto más cercano. Así funciona la canción de los hombres favorecida por Apolo.
Ya en la orilla, Arión viajó al Peloponeso y vino a Corinto un día antes que el barco. Le fue dada felizmente la bienvenida por Periandro, que no podía creer la historia de su extraña fuga. Cuando llegaron los marineros a puerto, el rey les pidió noticias de Arión. Estos declararon que le habían dejado honrado y próspero mas allá del mar. Pero cuando las falsas palabras salieron de sus labios, Arión se puso delante de ellos vestido como le vieron la última vez, y todavía llevando el arpa de tan maravilloso poder.
Los marineros ya no podía negar su crimen; tan solo arrodillarse pidiendo clemencia y perdón. Arión se inclinó a dejarles con vida, pero el rey se negó y ordenó que los ejecutaran. Además al considerarse culpable de haber elegido la tripulación, ordenó que erigieran un maravilloso monumento de bronce en Tenaro en honor de su cantante.

Textos: M. Burón.