2.5.06

Orfeo



Orfeo vivía en la soledad de la montaña. Bebía agua de lluvía y rocío. Apenas comía raíces herbosas. Su interior rebosaba pena y poesía. La lira era su compañera única y su consuelo. Pensaba en su desaparecida Eurídice y, al hacerlo, arrancaba con sus dedos la música más bella, los acordes más tristes. Y las notas se perdían entre los roquedos. Y los ecos se confundían con el silbar del viento entre los árboles. Hasta los pájaros detenían su vuelo y sus cantos para escuchar al ermitaño. Las liebres refrenaban la carrera y los zorros cesaban el vaiven de su cola. Orfeo tocaba la lira, llamando al recuerdo de su esposa. Las Hadas y los Elfos acudían a su vera, invisibles, para escucharlo.
Un día, Orfeo vió pasar un grupo de gente a caballo. Eran damas cazadoras, cada una con un altivo halcón posado en sus manos enguantadas. El músico ermitaño siguió a la comitiva hasta que desapareció en una gruta. Al otro lado estaba el Reino de los Elfos, coronado por un castillo de almenas blancas. Dentro halló a mujeres, hombres y niños durmientes, arrebatados de su mundo por el poder de los Elfos. Junto al Rey Elfo dormía Eurídice bajo un árbol mágico. Al verla, tocó Orfeo una música de reencuentro, de esperanza, de añoranza por el tiempo perdido sin ella. Ni los instrumentos mágicos de los Elfos, ni las voces de las Ninfas habían conseguido nunca canciones tan maravillosas como las que sonaban ahora. A cambió de su excelso arte, Orfeo consiguió del Rey Elfo recuperar a Eurídice.
Esta leyenda celta resulta ser un relato compartido con los griegos, aunque la versión tracia del descenso de Orfeo a los Infiernos sea la más conocida. Hubo un tiempo lejano en el que las fronteras de la Poesía eran ténues y cambiantes. Un tiempo en el que el arte no era propiedad de países ni de razas, ni mucho menos de los poderosos; residía en las almas de toda la Humanidad. En cualquier cabaña, junto a cualquier fuego, bajo cualquier árbol del mundo, podías escuchar una historia. La inspiración de los Elfos alentaba igual en la costa del Mediterráneo que en las laderas de los Pirineos, igual en la Isla de Mann que en el cabo Finisterre, igual bajo una pirámide de los Andes que en un arrozal junto al Ganges.
Sabido es que hay niñas y niños humanos criados por los Elfos que regresaron a los siete años y se convirtieron en grandes artistas y artesanos. Sabido es, también, que el mundo de los Elfos, el ámbito de la Naturaleza, el de las cosas bellas y simples, sólo puede ser contemplado por aquellos seres humanos que campan por los caminos de lo imaginario, de la creación, de la fecundidad: niños y niñas, poetas y artistas, enamorados y madres...

Chema Gonzalez Lera.

Aquí hay... una ventana abierta... Que vuestro espíritu viaje a través... del cristal... por el camino del "Otro Lado"... por la senda que serpentea entre helechos y colinas hasta el..................... País de los Elfos...